Cuando era apenas un bebé, me cuidabas como a la flor más delicada. Pequeña e indefensa en este mundo hostil, sabía que nada me faltaría con tus atenciones y tu abrigo.
A medida que yo iba creciendo, crecía también tu cariño. Recuerdo las largas caminatas que dabas cargándome en tus hombros.
Luego aprendí a andar en bicicleta y tus pasos debieron apresurarse para estar a la par de mis ruedas.
A los 4 me diste un regalo de valor incalculable; me enseñaste a leer y a escribir, y con ello me diste también una de las armas más fuertes que existen: el poder de la pluma.
A tu lado siempre me sentí segura, como una pequeña ave refugiada en un frondoso árbol lleno de fuerza y vitalidad.
Pero un día el ave voló... desplegó sus alas y se alejó.
Ya no te visitaba a diario. Colmada con actividades, pensando en el futuro me olvidé del presente y del pasado que disfruté bajo tu cuidado.
"No tengo tiempo", me excusaba sin siquiera detenerme a pensar en todo el tiempo que me diste, sin pedirme nada a cambio. Tantos recuerdos, tanto cariño. ¿Seré yo tan ingrata?
Aquel frondoso árbol, fuerte y vital ya no es lo que un día fue. Te veo triste y melancólico. Tus ojos perdieron ese brillo tan especial. ¿Qué te ha pasado? ¡¿Qué te he hecho?!
Por favor, perdona todo el tiempo perdido. Déjame buscar la alegría que escondiste, porque sé que está ahí, en algún lugar.
Dedicado a mi abuelo Yoshifumi, quien tanto me ha dado. Tu nieta, Sayuri